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17 de julio de 2025Era 1990 y México estaba en plena transformación cultural y política. En medio de ese contexto, Juan Gabriel, el “Divo de Juárez”, logró algo impensable: llevar su música popular al Palacio de Bellas Artes, el recinto cultural más importante del país, reservado hasta entonces para la ópera, la música clásica y el ballet. Aquel momento no solo fue un triunfo artístico, sino también un desafío abierto a las nociones de elitismo cultural que dominaban el México de finales del siglo XX.
Durante cuatro noches, acompañado por la Orquesta Sinfónica Nacional de México bajo la dirección de Enrique Patrón de Rueda, Juan Gabriel ofreció un espectáculo monumental que terminó por redefinir el papel de la música popular dentro de los espacios considerados de “alta cultura”. Con apenas 40 años, vestido en trajes diseñados por Alex Peimbert, entre fracs blancos brillantes y atuendos negros con lentejuelas doradas, el cantante entregó un show de tres horas en el que repasó sus grandes éxitos: “Hasta que te conocí”, “Yo no nací para amar”, “No discutamos”, “Ya lo sé que tú te vas” y una versión emotiva de “No tengo dinero” interpretada junto a un coro infantil.
El resultado fue histórico: entradas agotadas, boletos que iban de los 70 mil a los 300 mil pesos de la época y una asistencia que incluyó al presidente Carlos Salinas de Gortari y a la primera dama Cecilia Occelli. De ese momento nació además el primer disco en vivo del artista, lanzado en diciembre de ese mismo año, que más tarde sería nominado en los Premios Lo Nuestro de 1992.
Pero el éxito vino acompañado de una tormenta. El hecho de que un cantante popular, abiertamente criticado por su estilo excéntrico y su vida privada, ocupara el escenario de Bellas Artes generó indignación en sectores del mundo cultural. Escritores, músicos y críticos enviaron cartas al Instituto Nacional de Bellas Artes para denunciar lo que llamaron una “profanación del templo”. Hubo intentos de boicot e incluso ataques homofóbicos dirigidos al intérprete.
Uno de los intelectuales más influyentes del momento, Carlos Monsiváis, ironizó en las páginas de Proceso con una pregunta cargada de sarcasmo: “¿Resucitará Carlos Chávez y expulsará a los mercaderes del templo?”. La metáfora bíblica sintetizaba la tensión entre la visión tradicional de Bellas Artes como un santuario elitista y la irrupción de la cultura popular en su escenario principal.
La polémica llegó tan lejos que el entonces titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Víctor Flores Olea, debió intervenir. Para calmar los ánimos, anunció que las ganancias del concierto serían destinadas a la Orquesta Sinfónica Nacional. El gesto abrió el camino para que la serie de conciertos se realizara sin obstáculos legales, aunque no logró silenciar del todo las críticas.
Frente a esa controversia, Juan Gabriel respondió con dignidad y orgullo. En pleno escenario declaró: “Esta noche estoy feliz y quisiera expresarles mi deseo: que todos los artistas populares tengan la oportunidad de venir aquí, porque este lugar se construyó con dinero del pueblo”. La ovación del público fue inmediata y masiva, sellando la noche como un acto de reivindicación cultural.
Con el paso de los años, el tiempo dio la razón al “Divo de Juárez”. No solo regresó a Bellas Artes en 1997 y en 2013, sino que en 2016, tras su fallecimiento, el recinto volvió a abrir sus puertas para rendirle homenaje. Lo que en 1990 fue visto como una “provocación” terminó convertido en un símbolo de inclusión cultural: la prueba de que la música popular también podía reclamar su espacio en el escenario más importante de México.